3 de octubre de 2013

EN PARTE AGUA, Y EN PARTE SAL




 A Carmelita

Antes lloraba a mares. Cuando era niña, cada vez que mi hermano me molestaba, corría a encerrarme a mi cuarto y a sollozar infinitamente frente al espejo. Supongo que había visto demasiada televisión: en la tele el personaje no existe si no sufre. Así que lloraba e hipaba, para sentir que mi enojo —y yo— existía. Y supongo que a mi hermano se le olvidaba antes que a mí el motivo infinitesimal por el que estaba llorando. Quizás ni se daba cuenta de que existía. No lo culpo, yo tampoco me acuerdo por qué lloraba, y por qué frente al espejo, caray.
Ahora ya casi no lloro. Quiero decir, no lloro a la velocidad con la que solía hacerlo. Ya lloro brevemente, en silencio, por motivos raros que a veces me avergüenzan. Lloro, por ejemplo, cuando un perro encuentra a su familia en una película. Lloro, también, cuando veo el espectáculo de fuegos artificiales en días festivos. Cuando hay manifestaciones y la gente grita entusiasmada por su ideal, creyendo que cambiará el mundo. Cuando, muy de vez en vez, la policía baila con la gente en videos amateurs de youtube. O a veces lloro cuando, en una fiesta de pueblo o un día de mercado, la gente se pone a cantar de la nada. Y escondo las lágrimas por supuesto: ya sé que no es bueno reprimir las emociones, pero me parece inapropiado estar llorando cuando la gente es tan feliz.
Esas son mis lágrimas felices. Mis lágrimas tristes se han vuelto más peculiares con el paso del tiempo, acaso porque la tristeza se ha difuminado en el mundo: lloro porque se pierden los gatos, y la gente no puede volverlos a encontrar (pero es que intuyo que se pierden a propósito para morirse); lloro a veces leyendo a Schopenhauer, cuando afirma que el mundo es una cárcel y nosotros los prisioneros; lloro cuando escucho alguna que otra canción de Nacho Vegas; lloro porque la gente se va, y yo sigo aquí, carajo, llorando y sola. Y, naturalmente, lloro cuando pienso en mi abuelita de ochenta y nueve años, porque va a ser su cumpleaños y no podré estar para festejarla.. Pero eso último me duele tanto que las lágrimas terminan siendo insuficientes. La verdad es que, puestos a elegir, prefiero llorar por los gatos y por los bailes. Para lo importante (que no estoy al lado de la gente que quiero, por ejemplo) solo queda el recurso de escribir. Y entonces escribo. Es una mierda de remedio, pero qué le hacemos, a veces funciona mejor que solo llorar.     



6 comentarios:

  1. Mi Paula, te leo y entonces por destellos que interrumpen el texto te veo llorar; quiero llorar también yo, que tengo ganas hace días y a pesar de darme tiempos planeados, no encuentro las lágrimas sino en los momentos más inoportunos e incomodos. Cuando voy manejando rápido y no hay tráfico; no puedo frenarme porque el llanto cesa; cuando por la noche las sombras de los árboles se reflejan en el techo de la casa; cuando se me escurre de las manos cualquier cosa que tenía agarrada. También seguido, evocado por los animales; les agradezco sus excusas nobles. Te extraño, pero por eso no lloro: te veré pronto.

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    1. Gracias por leerme, mi Sof. Entiendo y comparto tus tristezas y tus llantos: a veces los motivos son tan mínimos y por cosas tan efímeras que lo único que nos queda de esa presencia está en nuestras lágrimas. Y tampoco lloro por no verte: sé muy bien que nos veremos en cosa de nada, y mientras tanto seguiremos en contacto por todos los medios que esta virtualidad nos da. Te quiero, Sof.

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  2. Supongo que se pierde la capacidad de llorar, lo digo porque en mi caso lloro por algún motivo especial y luego dejo de hacerlo por semanas o temporadas largas, y lo vuelvo a hacer sólo en determinadas circunstancias como dar el pésame al pariente de un amigo muy querido o cuando me enfrento a un suceso muy personal y reacciono emotivamente, pero aún en tal caso mis lagrimas son breves.

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    1. Efectivamente, las lágrimas se van volviendo más breves conforme avanza la vida. Pero no creo que eso signifique que la vida es menos triste, simplemente que hemos ido aprendiendo mejor a sobrellevar ese dolor. Al final eso es lo valioso de madurar. En fin, un abrazo!

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  3. Ciertamente, con los años se pierde la capacidad del lloro fácil. Pero también ocurre que el lloro egoista y centrado en uno mismo se difumina y aparece un llorar distinto qué és hijo de la emoción ante el esfuerzo, ante la lejanía, lloro y me emociona la unión de la gente ante un ideal común. LLoro cuando mi hijo, después de semanas de esfuerzo y frustración, marca un gol y grita por el campo lleno de alegria....Un post precioso, Paula! Gracias

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    1. Gracias a ti por leerme, Mònica, y gracias por compartir tus momentos de emoción. Espero verte pronto!

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