14 de junio de 2011

Ráfaga menguante


Antaño 

la luz se dispersaba, brillante,
sobre nuestros jóvenes cuerpos,
anidaba en el cráter de la nuca
(en donde aún no surge el hueso
y pálidas células esperan,
guareciendo, tutelando,
despavoridas o hambrientas),
y borboteaba límpida
hacia este reino, hacia nosotros

tan bulliciosos, tan despabilados,
tan libres de niebla y de penumbra.

En el alba, inocentes, nos cubríamos
con osamentas desmañadas,
con invencibles músculos,
y aflojábamos nuestras bocas
que reían por casi nada,
(Tanta saliva
que respirar)

Y el verde de la hierba
—iluminado y suave;
ligera, chispeante—
nos indicaba sin palabras,
ah, tan claramente
El recto camino 

A la alegría pura,
Qué más podía ser.

Entonces creíamos
Que el tiempo, tiempo pachucho,
Era el epígrafe del sinsentido;
Y las tibiezas agrupadas
En las nostalgias
Aún no existían, no:
Todo aquello que amábamos
Permanecía ahí, junto a nosotros

No había otoños,
No habría bosques secos,
No creceríamos nunca.


Esta mañana turbia
he notado algo
entre las sábanas grises:

eran mis arrugados dedos,
mi cráneo vacío, mi vientre seco: 
era una sombra larga
anidando entre mis piernas
desde hacía mucho tiempo.
Una anciana sombra
que hoy
—al fin me dado cuenta—,

descubrí que era mía
descubrí que era yo.

Olor a ciego

1.
Verse de frente
sin morirse de miedo,
sin que duela el vértigo
de los ojos fijos:
el látigo de las
                  perplejidades.

2.
No, no morirse,
quizás evadir la visión
hasta el enterramiento:
el espejo vacuo se
esconde entonces
de común acuerdo.
El párpado se ha desollado,
queda la ceguera de plomo,
la certeza en el cuerpo,
y las voces
 como plegarias escuchadas;
en la pulpa del pensamiento
no hay atisbo, hay sinrazón.

El miedo cesa,
todo lo demás nos sigue,
nos arrulla sin mirada,
con sendos cantos planos:
Metáfora del útero.

 
3.
No, no es posible
verse de frente,
no hay atrás ni delante,
no se puede cuando la
brújula gira y gira
y desaparece la aguja
en nuestros estrabismos.
 
4.
Hoy acaso me esconda,
rodilla al suelo y
ojos mirando a la tierra,
alma circular que no se
separa sin despedazarse;
hoy quizá no encuentre el
desierto, quede exhausto
en este mismo lugar

que no me veo.

5.
Llega el espejismo:
aguarda impaciente la
                   conjetura,
la casualidad en que
los dos ojos miran lo mismo

Y ahí está el  espanto,
el horror de admirar
lo que tapamos  con el
dedo, con la carne torpe
que protege nuestra fe.

 
6.
Así quedamos, ahí estoy,
aquí me miro como he sido,
como muevo el cuerpo y
las piernas flojas;
el terror congela
la respiración forzada.

Y si ya no hay más que ver,
he quedado con recuerdo,
con la persecución constante
de las mismas verdades
que me entierran y me desentierran.
Sí, sí muero de miedo
y me miro de frente
y nunca recorro lo bastante
para dejar de inquirirme.

El equilibrio del horror
no para tampoco
en el espejismo final:
ya estoy adentro,
antes acaso de haber detenido
                     el círculo, 

mi alma ahora vuelta astillas:
mis restos siempre en destierro...