23 de julio de 2013

EL DISCRETO ENCANTO DE CAFÉ TACVBA






Foto: Cortesía del maestro Walter Petersen. Para ver el video de lo que sucedió en la sala Barts de Barcelona entren a: https://www.youtube.com/watch?v=M-d0dyypkLE

        He visto muchos tipos de músicos tocar en directo. Músicos tímidos, que de tanta fobia social no son capaces de salir a hacer un bis. Músicos coquetos, que buscan seducir al público y salen una y otra vez si escuchan un atisbo de aplauso, el que sea. Que gritan incluso ¿A dónde vaaan? a los oyentes que amagan con irse. He visto músicos que se cansan en el escenario y mandan a los coristas a cantar un par de canciones mientras ellos recuperan el aliento. He visto músicos que quieren correr y no pueden, porque les pesan enormemente los años y los conciertos pasados. He visto músicos que adulan al público y músicos que ni siquiera hablan con sus seguidores, que solo se limitan a tocar.

De todos ellos, nunca he visto a ninguno sonreír como K’Kame. O Kukama, o Zopilote, como últimamente se hace llamar Rubén Albarrán, vocalista de Café Tacvba. En el concierto de la sala Barts, en Barcelona, no hace falta esperar mucho para observar la metamorfosis. El escenario pronto se vuelve un santuario: K’Kame pasea por el escenario, vestido de amarillo y con todo y guitarra, como un profeta ofreciendo bendiciones a sus feligreses. Nos sonríe como si estuviera en éxtasis, más para sí que para los que lo escuchan. Sonríe porque está en el lugar preciso, el suyo, haciendo lo que verdaderamente le satisface. Pocos llegan ahí. Mientras canto a coro, me descubro envidiando su seguridad y su alegría, tal vez porque no he llegado a ese sitio en el que él está, un lugar ignoto que solo él conoce desde hace más de veinticinco años.

Todos ellos lo están: Rubén Albarrán, Meme, Joselo, Qviqve, y hasta los no oficiales como el Children, que toca la batería en todos los conciertos. Aunque eso sí, solo el vocalista sonríe así. Café Tacvba se organiza como un rompecabezas perfectamente ensamblado. No por nada es considerada una de las mejores bandas de rock de América Latina, solo por detrás de Soda Stereo. Quién puede competir con eso. No me extraña que sonría K’kame con tal amplitud, que disfrute de tal manera tocar enfrente de un publico ya convencido desde el primer momento de bailar y gritar como poseso.

Porque con Café Tacvba uno tiene que bailar. Son muchos años y una larga lista la que conforma su repertorio. Por eso cuando, después de pasar lista a la promoción del nuevo disco con Pájaros y comienzan a cantar El baile y el salón, la gente ya está lista para desgañitarse y perder la cabeza bailando. Los tacvbos le dan al público lo que quiere: Ingrata, Las flores, Chilanga banda, Volver a comenzar, No controles, Las Persianas, y un buen número de éxitos pasados eclipsan las escasa canciones que van soltando de su último disco. Café Tacvba viene a seducir al público, en su mayoría mexicano pero con exaltadas minorías de Chile, Colombia, Venezuela, e incluso Catalunya.  Y es que claro, algunos corean las nuevas canciones, pero todos se saben las viejitas, y a K’Kame le gusta escucharnos enloquecidos. Quizás por eso sonríe tanto.

Por eso, y porque entra en trance cuando escucha a sus compatriotas gritar “Culero”. Eso lo gritan cuando Rubén anuncia que se irá el grupo del escenario, y tras los cánticos prehispánicos de los mexicanos exaltados, el tacvbo exige un abrazo colectivo a cambio de quedarse a cantar más. Y entonces llega Chica banda (Chica banda de cuarenta años, me dice una amiga), y Déjate caer, junto con la clásica coreografía de los tacvbos.


Coreografía: A partir del minuto 3:05.

Muy pronto el efecto del abrazo colectivo desaparece, y Café Tacvba termina por irse. Pero, tras cinco minutos de rechiflas y aplausos, aparecen nuevamente. Esta vez K’Kame se ha cambiado de atuendo, y ahora usa una camiseta negra. A nadie le importa, claro, solo quieren oírlo cantar. Con "El puñal" y “Esa noche” se despiden. Y como no nos conformamos con solo una noche, aplaudimos hasta que encienden las luces y nos echan del lugar. Entonces, solo entonces nos resignamos a escucharlos en casa, y a recrear ese momento pasado, único, perfecto, en que escuchamos cantar y cantamos como una misma voz. Paparupapa eu eo.


Yo pienso en la sonrisa de K’kame, y lo envidio.  Él seguramente está cantando en otro sitio, en ese lugar ignoto desde el que sonríe, más para sí que para los que lo escuchan.