Hay lugares de frío
—esta mañana lo he descubierto—.
Lugares del frío,
no de cristal o viento:
de azul colándose entre
los cabellos del que
traspasa el umbral.
Para poder entrar en ellos,
basta un hoyo negro
en el pecho
en el pecho
y resequedad en la piel.
Hoy, abandonada,
y tiritando,
y tiritando,
he hallado por fin
el perfecto lugar
el perfecto lugar
de frío
donde extinguir mis parcas
llamas.