11 de julio de 2011

PENITENCIA


Te aclaras la voz,
ejem, ejem,
y con lengua salitrosa
te atreves a anunciarme:
"Es posible que me vaya,
que regrese a la vida,
y esta vez —cuidado, cuidado—,
sin la inyección de tu veneno."

Y algo más, me aseguras:
"Cuando al volver a casa
me busques por cada esquina
Mis pasos no resonarán
Y mi hueco en esa foto
de felices, sí, y enamorados
Se hará cada vez más grande".

Y callas, y tomas tus cosas,
Tu baúl añoso, el sobretodo,
y tratas de escabullirte.

"Pero regresa, espera",
te digo: "recuerda, por favor,
como un regalo final,
esta última charla, mi gorrioncillo,
antes de que marches".
Mi voz se acaramela,
Pareces conmovido.

Y enciendo vehemente la letanía.
 monótona, servicial, te susurro:
"Me extrañarás dormido, despierto,
De rodillas y lamiendo otra entrepierna.
Me añorarás sentado, pensando,
Cansado o con ganas,
Llorando en los pasillos
O entre risas de domingo.

Esperarás no haberte ido,
vacilante, entre las cuatro de la tarde
y la hora en que ya anochece,
y evocarás entre las sombras
un triste adiós civilizado
irrevocable, que ya no sientes.
O morirás cada mañana
cuando recuerdes, taciturno,
la simple treta que te han jugado
la oportunidad que era tan nueva
cuando, ¡Ah, necio!, quisiste dejarme:
hielo fundido, materia ígnea
que alguna vez fui yo
y nunca has vuelto a encontrar.

Entonces regresarás, manso y fiel
a la mujer de trigo, amielada, 
que te acaricia mientras come
y bebe tus besos con blandura,
y duerme mientras duermes
y despierta siempre a tu hora,
y clava sus ojos serenos
en tus costillas frágiles,
se queja de tu poca hambre
y mira de lado si tú la ves de frente,
como es debido, según dice.

Y pensarás: qué he hecho,
correrás de ese hogar tan apacible,
y llamarás a mi puerta,
lloroso, patético, cobarde.
Luego dirás al buen tuntún,
por si alguien te escucha:
es verdad que la calma
nunca me ha bastado, no.

Y yo escupiré, tan rabiosa:
aquí ya no hay agujeros,
vuelve a tu madriguera, ¡cerdo!,
te cerraré la puerta
y no volverás a verme,
tendrás miedo de mi sombra.

Regresarán las arrugas…
Y añorarás en silencio
tu hueco de enamorado,
tu llanto sin inicio,
tus vidrios rotos, tus gritos
acompañando a los míos,
tan tristes ambos.

Y estarás condenado a la
felicidad tranquila, suave,
al infierno tibio.
El  calor se extinguirá
tan poco a poco,  en secreto,
de tu cuerpo aterido,
Y uno de estos días,
muy parecidos los unos a los otros,
morirás ajado, encogido,
con los brazos cruzados,
y una sonrisa, pobrecillo,
de perro flaco y hambriento.

Estarás sólo para siempre y nadie,
ni yo,
Te habrá salvado.

Me miras con fijeza,
coges con fuerza tu baúl,
avanzas dignamente por el cuarto,
y sales sin decir palabra.

Pero recuerdas mi voz, lo sé,
y lo sabrás cuando ya sea tarde, pienso.
Enciendo un cigarrillo
Y miro el humo que, como tú,
sale por los espacios abiertos.

Ya regresará, me digo.
Pero se va, no vuelve...

Y sólo entonces lloro un poco.