27 de julio de 2011

Nuevas invasiones a tu cuerpo amado


I.
La usura vieja de mi cuerpo
—que te  traspasaba siempre—:
alfileres cuajados en los ojos,
estrellados en los dientes y en el cráneo
que siguen y siguen
sangrando aún la herida

                              del desencanto,
el pretexto fácil para cerrar 
tus puertas, el único acceso 
a mis merodeos prohibidos.

La usura nueva:
el egoísmo perdido
el receloso abandono,
la terca rutina del golpe.

II.
Detente. Vuélvete, observa:
para no alterar el rumbo,
te horadaré como siempre
los pies, las manos,
la crucifixión obligada
del amor por el capricho.

Ese será tu castigo:
La tentación incalculable
de arrasar un sentimiento
—y que nunca se agote—…