5 de octubre de 2011

Silentes

Al fin mudos. ¡Con boca sellada y lacre!
Y la lengua enjaulada
entre los vigilantes dientes
que muestran brutales el blanco
—eso que empalidece y aprieta—.

Mudos de cuerpo, y en la sombra.
En el medio o el principio,
¿o desde el centro quizás?
En la eternidad seremos mudos:
Ya lloraremos junto a Dios
el silencio que devora, o el miedo.
Y cavaremos nuestras tumbas
sin clamar, ni rechistar,
con la espalda ofendida
mirando necia a  la tierra

taciturnos, afónicos, emplazados
en el mutis perpetuo
 (¿Por qué nadie da
la palabra?).

Acaso ya todo está enmudecido:
el yo y su pandilla,
la luna creciente
y las bestias del aire
por las mañanas,

y la gloriosa sal del mundo
que rellena los huecos
en cada muñeco parlante.
Que acalla chillidos.

puede que haya algún día
en que estas letras astilladas 
cuelguen de un hilillo de voz:
sobresaldrán los contrabandos
de las gargantas resecas
que no retienen los secretos,
que van perdiendo el aliento
y vociferan con las manos.

Cuando de pronto, y porque sí,
quedemos mudos al fin.