Al fin mudos. ¡Con
boca sellada y lacre!
Y la lengua
enjaulada
entre los vigilantes
dientes
que muestran brutales
el blanco
—eso que empalidece
y aprieta—.
Mudos de cuerpo, y en
la sombra.
En el medio o el
principio,
¿o desde el centro
quizás?
En la eternidad seremos
mudos:
Ya lloraremos junto
a Dios
el silencio que
devora, o el miedo.
Y cavaremos nuestras
tumbas
sin clamar, ni
rechistar,
con la espalda
ofendida
mirando necia
a la tierra
taciturnos,
afónicos, emplazados
en el mutis perpetuo
(¿Por qué nadie da
la
palabra?).
Acaso ya todo está enmudecido:
el yo y su pandilla,
la luna creciente
y las bestias del
aire
por las mañanas,
y la gloriosa sal
del mundo
que rellena los
huecos
en cada muñeco
parlante.
Que acalla
chillidos.
puede que haya algún día
en que estas letras
astilladas
cuelguen de un hilillo de voz:
sobresaldrán los
contrabandos
de las gargantas
resecas
que no retienen los
secretos,
que van perdiendo el
aliento
y vociferan con las
manos.
Cuando de pronto, y
porque sí,
quedemos mudos al
fin.