9 de octubre de 2013

SOBRE EL CAPITALISMO QUE REGALA (¡Y NO COBRA!)

*Este texto puede leerse en la revista Hoja de Arena: http://www.lahojadearena.com/lahojadeldia/sobre-el-capitalismo-que-regala-y-cobra/

Me llamarán mamona pesada, pero… Detesto las cosas gratis.

¿Qué? ¿QUÉ?  Silencio incómodo.

Volvamos a empezar. Detesto las cosas gratis. En verdad, me irritan mucho. Cada vez que llega alguien a regalarme muestritas de helado, o queso o pan o refresco, o pruebas mini de champú, me empiezo a sentir incómoda. Cuando una chica arregladísima o un veinteañero todo sonrisas empuña en la cara una funda de teléfono gratis, una membresía, una entrada al cine, algo absolutamente gratuito y sin compromiso, me entran ganas de gritarle o de mentarle la madre. Pero no es su culpa, a ellos les pagan para que ofrezcan los incontables servicios y productos que mes tras mes aparecen en el mercado, y que necesitan llamar la atención.   

 No es culpa de ellos, ellos no me molestan. Lo que me molesta son las cosas gratis. Y no es por el hecho de que sean gratuitas, es por lo que subyace. Porque cuando se ofrece algo sin pedir nada a cambio hay detrás alguien esperando una recompensa. Así de taimados son los dineros en estos tiempos. Tiendo a sentirme comprometida cada vez que me regalan algo: siempre termino pensando en el esfuerzo que hace Nokia por regalarme una fundita hecha en China, o lo que gasta Pantene en hacer muestras para ir regalando por las calles, así, sin compromiso. ¿Pero cómo no sentirme comprometida, como no deberle algo a la empresa si tan buenos son, si hasta me regalan cosas?

Gratis. Tan bonita palabra para tan tortuosa relación económica. Seguro que los romanos no se imaginaban que así acabaría su término: como un anzuelo para que la gente termine gastando su sueldo en productos y productos y productos y.

Luego, para rematar, es que lo gratuito saca lo peor de nosotros: además la carrera desenfrenada por ver quién pesca más incautos, desemboca usualmente en una avaricia desenfrenada. Un ejemplo: hay algo que se llama “tiendas gratis”, que regalan todo. Para mitigar el consumismo, fomentar la solidaridad, contrarrestar el individualismo. Y la mayoría de esas tiendas suelen cerrar el primer mes, porque la gente se lleva todo. Literalmente todo: en tres semanas la tienda está ya en los huesos, pobrecilla. Es el frenesí de los consumidores. Pero no es su culpa tampoco, pobrecillos también. ¿De quién es entonces? Ahí les encargo que me ayuden a responder, porque por el momento no sé a quién culpar de todo esto.  

O sea que, recapitulando, “gratis” equivale a: triquiñuela, astucia, hipocresía, consumismo, franca codicia. Cada vez que algo se ofrece gratis detrás está el colmillo esperando morder. Y la verdad no me gusta que me muerdan, al menos no de esa manera.      

Por eso, y poniéndome más pesada, en vez de gratis, prefiero el término catalán “lliure”. Lliure significa libre, y quiere decir, además de “sin costo”, que está llamando no el dinero, sino la persona. ¿Cómo no me va a convencer la “entrada lliure”? Si ahí no existe ni rastro del interés mezquino. Si ahí no hay nada a cambio, solo el acto deliberado de regalar algo, sin esperar de vuelta el torpe dinero. No es casualidad que lo lliure suela ser de los museos, los conciertos, las escuelas, las universidades. Porque dar algo así, así lliure, es difícil en este sistema económico. Creo que por eso los grandes poderes prefieren gratis. Y yo prefiero no dejarles ni un resquicio de avaricia. Porque no es por nada, pero lo gratis se lo pueden ir regalando a su abnegada madre. Yo no lo quiero.