23 de noviembre de 2011

Hermano Caín


Una piedra más.
Y he sido yo.
O mi puño,
el que llevó la carga,
quien dirigió el proyectil
a la espalda exhausta:

Con sólo atisbar a la piedra,
imaginarla en mi mano,
aborrecer al pecador,
pensar en la sentencia,
saborearla en mi lengua,
calcular la distancia,
meditar la trayectoria,
mirar el roce entre piedra y cuerpo,
espiar al hombre que se desploma.

He sido yo siempre el culpable,
desde el primer pecado.

5 de octubre de 2011

Silentes

Al fin mudos. ¡Con boca sellada y lacre!
Y la lengua enjaulada
entre los vigilantes dientes
que muestran brutales el blanco
—eso que empalidece y aprieta—.

Mudos de cuerpo, y en la sombra.
En el medio o el principio,
¿o desde el centro quizás?
En la eternidad seremos mudos:
Ya lloraremos junto a Dios
el silencio que devora, o el miedo.
Y cavaremos nuestras tumbas
sin clamar, ni rechistar,
con la espalda ofendida
mirando necia a  la tierra

taciturnos, afónicos, emplazados
en el mutis perpetuo
 (¿Por qué nadie da
la palabra?).

Acaso ya todo está enmudecido:
el yo y su pandilla,
la luna creciente
y las bestias del aire
por las mañanas,

y la gloriosa sal del mundo
que rellena los huecos
en cada muñeco parlante.
Que acalla chillidos.

puede que haya algún día
en que estas letras astilladas 
cuelguen de un hilillo de voz:
sobresaldrán los contrabandos
de las gargantas resecas
que no retienen los secretos,
que van perdiendo el aliento
y vociferan con las manos.

Cuando de pronto, y porque sí,
quedemos mudos al fin.

14 de septiembre de 2011

Recado a la posteridad


Habré de admitir que
mentí en cada instante:
en los gestos esclarecedores,
el caminar contento,
el alma limpia y cantarina
(¿y lo turbio a dónde ha ido?),
en el habla sedosa, reposada.

Sólo fui perplejidad,
inconvicción, marea muerta.
No abogué por causas nobles,
no peleé por ser honesta,
no vibré en pasión flagrante.

Fui, quizá, tibieza,
mediocridad de ceño,
oscuro juego de palabras
navegando en los letargos.

Nada más que ser regular,
ser a medias en el mundo,
cabo suelto sin sospecha:
ser humano con su piedra
       al cuello.

8 de septiembre de 2011

Noctambulando


1.
Cierro estos ásperos ojos.
Sólo así podré estrechar la
                               oscuridad
que me dan las lágrimas.

2. 

El olor a sueño quemado
es a pólvora y tierra vieja:
rastro del viaje que no
se nos permite hacer.


3.

El verdadero diálogo
     arrebata las cobijas
que abrigaban mis vacíos.

4. 

Odio vivir 
cerrando los ojos
en el país
               de los  ciegos.

5.

Mi mala salud mental
se demuestra
por mi sueño entrecortado,
por mis hipos oníricos.

 



 



31 de agosto de 2011

COTIDIANO


Esta vez, como otras tantas,
las palabras que 

suelen atosigar mi cabeza

                  sonaban así:

gastadas, cavernosas, flojas,

saltándoseles las tripas,
y chirriando con desconsuelo
si se atrevían a bajar hasta al fondo,  

y aparecían en la garganta,
--encerradas  tanto tiempo
entre tejidos tan blandos
y humores sólidos, o gelatinosos--.


Mi voz duplicada,
ya quebradiza, ya lerda,

Palideció cuando quise hablar

                         de esto.

Sin saberlo, ignorante del todo,
 mi boca se abría y cerraba —y se abría—,
y nada brotaba –de la nada, ¿qué?—
ni una palabra límpida,
de gota de agua,
podía fluir fácilmente.

Mi lengua se callaba,
oxidada, inmóvil.

Y las tercas palabras claras, azules,
y los cristales de aire, y la verdad
enfundada entre letras,
¿dónde estaban, a dónde fueron?

Algo aún me quedaba por decir:
los viejos nombres oficiales,
los signos científicos, las claves lógicas
de un  misterio resuelto.

Cloaca, así era mi larga lengua, 
hecha de lama verde 
y lodo y negrura.

Al tiempo, las palabras nuevas, libres,
Nacían amortajadas, marchitas
Y silenciosas se iban yendo.

¿ Y entonces para qué hablar?
Habría que guardar silencio.

O balemos, mejor.
Algo en mí descansará.
¡Bee-ee-ee!

24 de agosto de 2011

FIN

Hay lugares de frío
—esta mañana lo  he descubierto—.
Lugares del frío,
no de cristal o viento:
de azul colándose entre
los cabellos del que
traspasa el umbral.

Para poder entrar en ellos,
basta un hoyo negro
                 en el pecho
y resequedad en la piel.

Hoy, abandonada,
y tiritando,
he hallado por fin
el perfecto lugar
                    de frío

donde extinguir mis parcas
                         llamas.

16 de agosto de 2011

Espiral


El teléfono sonó. Sin dejar de leer, y con cara muy seria, Claudia dijo que era para ti. Contestaste con un “Hola” ingenuo, y mientras maldecías por lo bajo a tu esposa, que ahora se reía, lo saludaste cortésmente: Hola, Alejo, cuánto tiempo. Apretaste los dientes, pero te las arreglaste para charlar torpemente con él: Cómo has estado, yo muy bien, y la vida qué tal, sí, claro, definitivamente, el Barça es mejor que el Madrid, y el trabajo cómo va, yo muy bien, como siempre, y tú qué tal. Sin quererlo, la conversación se alargó como nunca antes. Quizás los años te suavizaban, ahora podías ser civilizado y acaso –incluso después de tantas cosas, pensaste— amigo de Alejo.

Preferiste dejarlo cuando ya la conversación languidecía, con la esperanza de ser otro --un mejor hombre--, y le pasaste el auricular a Claudia. Pero en cuanto Claudia comenzó a parlotear, recordaste la razón por la cual él siempre sería tu enemigo: Claudia le narraba una historia divertidísima, que nunca te había contado a ti, y se reía entre el humo. Sólo fumaba cuando hablaba con él, lo que te irritaba sin saber por qué. Fuiste por una cerveza a la cocina, intentando de nuevo no ser aquella persona. Mas a la vuelta te esperaba tu antiguo y tristísimo yo. Claudia, de lo más contenta, seguiría charlando con él, al tiempo que fumaba. Tú, mientras la esperabas, escribirías melancólico una historia en la que una chica contesta el teléfono, y aunque no es para ella charla unos tensos minutos con una rival, y cómo después su novio fuma y habla, más que feliz, y ella escribe una historia para sentirse mejor, que trata de un hombre que responde una llamada que no es para él, y... Ese texto infinito, sin duda, le enseñaría a Claudio quién eres tú cuando te enojas. Perdón, a Claudia.

9 de agosto de 2011

EL INVENTO DEL CUERPO DESVALIDO

Para E.
Te ordenaré que me quemes
la trinchera de las lágrimas,
la sólida red de infelicidades,
la cárcava emotiva de costumbre.

Huirás cien o doscientos pasos:
Yo quedaré a la intemperie,
entre la lluvia pellizcona y  desolada,
Que se queja en voz muy sorda
del obstáculo que soy

para morder la tierra.

Podrás salir del escondrijo entonces,
o estrujarte los dedos, nervioso.
Y empezar las cien batallas
contra mi impávida armadura
que permanece, que no se rinde.

Al fin ya nada importará, ya nada:
el polvo caerá, terrón endurecido.
Y como la llovizna,
me abriré a la tierra también,
tarde o temprano.

Más temprano que tarde
si combatimos ambos
las maquinarias oxidadas
que palpitan dentro de mí
—en
franca
arritmia—,

y las murallas colosales
de mi esqueleto,
de ese yo que se empecina
en protegerme, arrinconarme
en la copa más baja del árbol
(y que al final termine en trueno)

Por eso, amigo mío, compañero
quémalo todo,
y ofrezcamos en  el cerco final

el fluido movimiento,
de mi ser que te amotina
y tu voz que me sosiega:
esa será la auténtica tregua.

3 de agosto de 2011

Pensando en Monterroso


Despertó vacío. Otra noche bisiesta, otra luna menguante. De nueva cuenta el silencio. Será el clima, quiso pensar; cómo se equivocaba. De súbito, como si lo hubiera sabido siempre, se dio cuenta de que esta niebla mental estaría toda su vida, persiguiéndole. Que le decía: no todo debe ir bien, así de simple. No todo puede ser perfecto, no debes vivir tan plácidamente, un poco debe ir mal. Y continuaba: algo debe ir al trasto, estar descompuesto, de algo tiene que salir humo, nubarrones negros que invadan la vida y te llenen de una melancolía eterna. Y entonces qué pasa, se dijo. Y el genio maligno respondió: entonces esto, que la vida vaya mal, que hayas perdido tu brújula, tus ganas de vivir, tu designio vital. Y cuál es mi designio vital, insistió. Vivir la melancolía eterna, contestó el genio. La paradoja le abrió los ojos. Se fue a dormir, y cuando despertó seguía vacío. Pero ya no le importaba: ya nada –ni el dinosaurio— le importaba.

27 de julio de 2011

Nuevas invasiones a tu cuerpo amado


I.
La usura vieja de mi cuerpo
—que te  traspasaba siempre—:
alfileres cuajados en los ojos,
estrellados en los dientes y en el cráneo
que siguen y siguen
sangrando aún la herida

                              del desencanto,
el pretexto fácil para cerrar 
tus puertas, el único acceso 
a mis merodeos prohibidos.

La usura nueva:
el egoísmo perdido
el receloso abandono,
la terca rutina del golpe.

II.
Detente. Vuélvete, observa:
para no alterar el rumbo,
te horadaré como siempre
los pies, las manos,
la crucifixión obligada
del amor por el capricho.

Ese será tu castigo:
La tentación incalculable
de arrasar un sentimiento
—y que nunca se agote—…

20 de julio de 2011

ÍGNEO



Quiero todo el rojo
—flamígero, desorbitado,
implacable, animal

 para borrar lo blanco
                    de mi sangre
(sangre de insecto,
agua y baba),
mi aureola dorada, repulsiva
de tan resplandeciente,
mi vértigo de nieve,
mis náuseas ateridas, tiesas,
el oxidado ombligo,
las palmas con cristales,
la carne ya verdosa.

Quiero sorber todo el rojo,
volverme carnada del fuego,
mojada pulpa del diablo,
ser manzana culposa.
Quiero volver al cielo roja,
quiero abrigarme en piel purpúrea.

Que  muera el útero enclaustrado.
Y los dedos cenicientos,
y las pálidas vísceras,
la lividez de mis respiraciones,
mis brazadas en cloro(formo).
Que sea arrastrado, ¡todo!, al escarlata,
náufragando en lava hiriente
en mi cuerpo encendido,
                             

                                         todo rojo.

11 de julio de 2011

PENITENCIA


Te aclaras la voz,
ejem, ejem,
y con lengua salitrosa
te atreves a anunciarme:
"Es posible que me vaya,
que regrese a la vida,
y esta vez —cuidado, cuidado—,
sin la inyección de tu veneno."

Y algo más, me aseguras:
"Cuando al volver a casa
me busques por cada esquina
Mis pasos no resonarán
Y mi hueco en esa foto
de felices, sí, y enamorados
Se hará cada vez más grande".

Y callas, y tomas tus cosas,
Tu baúl añoso, el sobretodo,
y tratas de escabullirte.

"Pero regresa, espera",
te digo: "recuerda, por favor,
como un regalo final,
esta última charla, mi gorrioncillo,
antes de que marches".
Mi voz se acaramela,
Pareces conmovido.

Y enciendo vehemente la letanía.
 monótona, servicial, te susurro:
"Me extrañarás dormido, despierto,
De rodillas y lamiendo otra entrepierna.
Me añorarás sentado, pensando,
Cansado o con ganas,
Llorando en los pasillos
O entre risas de domingo.

Esperarás no haberte ido,
vacilante, entre las cuatro de la tarde
y la hora en que ya anochece,
y evocarás entre las sombras
un triste adiós civilizado
irrevocable, que ya no sientes.
O morirás cada mañana
cuando recuerdes, taciturno,
la simple treta que te han jugado
la oportunidad que era tan nueva
cuando, ¡Ah, necio!, quisiste dejarme:
hielo fundido, materia ígnea
que alguna vez fui yo
y nunca has vuelto a encontrar.

Entonces regresarás, manso y fiel
a la mujer de trigo, amielada, 
que te acaricia mientras come
y bebe tus besos con blandura,
y duerme mientras duermes
y despierta siempre a tu hora,
y clava sus ojos serenos
en tus costillas frágiles,
se queja de tu poca hambre
y mira de lado si tú la ves de frente,
como es debido, según dice.

Y pensarás: qué he hecho,
correrás de ese hogar tan apacible,
y llamarás a mi puerta,
lloroso, patético, cobarde.
Luego dirás al buen tuntún,
por si alguien te escucha:
es verdad que la calma
nunca me ha bastado, no.

Y yo escupiré, tan rabiosa:
aquí ya no hay agujeros,
vuelve a tu madriguera, ¡cerdo!,
te cerraré la puerta
y no volverás a verme,
tendrás miedo de mi sombra.

Regresarán las arrugas…
Y añorarás en silencio
tu hueco de enamorado,
tu llanto sin inicio,
tus vidrios rotos, tus gritos
acompañando a los míos,
tan tristes ambos.

Y estarás condenado a la
felicidad tranquila, suave,
al infierno tibio.
El  calor se extinguirá
tan poco a poco,  en secreto,
de tu cuerpo aterido,
Y uno de estos días,
muy parecidos los unos a los otros,
morirás ajado, encogido,
con los brazos cruzados,
y una sonrisa, pobrecillo,
de perro flaco y hambriento.

Estarás sólo para siempre y nadie,
ni yo,
Te habrá salvado.

Me miras con fijeza,
coges con fuerza tu baúl,
avanzas dignamente por el cuarto,
y sales sin decir palabra.

Pero recuerdas mi voz, lo sé,
y lo sabrás cuando ya sea tarde, pienso.
Enciendo un cigarrillo
Y miro el humo que, como tú,
sale por los espacios abiertos.

Ya regresará, me digo.
Pero se va, no vuelve...

Y sólo entonces lloro un poco.