3 de agosto de 2011

Pensando en Monterroso


Despertó vacío. Otra noche bisiesta, otra luna menguante. De nueva cuenta el silencio. Será el clima, quiso pensar; cómo se equivocaba. De súbito, como si lo hubiera sabido siempre, se dio cuenta de que esta niebla mental estaría toda su vida, persiguiéndole. Que le decía: no todo debe ir bien, así de simple. No todo puede ser perfecto, no debes vivir tan plácidamente, un poco debe ir mal. Y continuaba: algo debe ir al trasto, estar descompuesto, de algo tiene que salir humo, nubarrones negros que invadan la vida y te llenen de una melancolía eterna. Y entonces qué pasa, se dijo. Y el genio maligno respondió: entonces esto, que la vida vaya mal, que hayas perdido tu brújula, tus ganas de vivir, tu designio vital. Y cuál es mi designio vital, insistió. Vivir la melancolía eterna, contestó el genio. La paradoja le abrió los ojos. Se fue a dormir, y cuando despertó seguía vacío. Pero ya no le importaba: ya nada –ni el dinosaurio— le importaba.